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La biblioteca soñada


La biblioteca, ese espacio donde se almacenan historia, recuerdos y memorias a través de libros, ha provocado siempre un raro encanto y una extraña fascinación. Se sabe de un rey asirio, Assurbanipal, que construyó la suya con textos en varios idiomas que simulaba leer frente a sus inteligentes súbditos. Así mismo, el emperador Trajano, gran conquistador de Mesopotamia, se enorgullecía ante toda Roma por la inmensa biblioteca que construyó en su Palacio, después de obtener libros que su ejército traía de las ciudades en las que adelantaba campañas triunfales.

Los emperadores y los dictadores, sin saberse por qué, han mantenido siempre una enfermiza relación con los libros, algunas veces para quemarlos, y otras con el propósito de adorarlos. Si es lo segundo, edifican sus propias galerías en las que se sumergen los fines de semana con la intención de soñar el mundo real que gobiernan, aprisionado de manera caótica en las estanterías repletas de enciclopedias, de obras antiguas y de incunables.

Hace 10 años apareció publicada en la revista Ciper, de Chile, una crónica escrita por el periodista Cristóbal Peña, titulada Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet. Se trata de una exhaustiva investigación que revela la afición del ex dictador por esos espacios conectados con el intelecto y las remembranzas. Peña tuvo acceso a esa biblioteca que, según el inventario, posee 55 mil volúmenes, entre ellos, muchos que no aparecen ni en el listado de la Biblioteca Nacional de Chile, tal como Viaje al Magallanes, de Pedro Sarmiento de Gamboa, editado en 1788 por la editorial viuda de Ibarra, Hijos y Compañía. El trabajo de Peña fue galardonado el año pasado con el Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.

Los escritores no escapan al embrujo de las bibliotecas. Uno de los que más culto les rindió fue Jorge Luis Borges, quien sostenía que el libro no era más que la extensión de la memoria. El autor de Ficciones fue bibliotecario en su natal Buenos Aires y, según María Kodama, quien lo acompañó hasta sus últimos días, quiso desentrañar hasta en sus sueños el misterio que aún rodea la desaparición de la biblioteca de Alejandría, la más grande del mundo de su tiempo ya ido, conformada por más de 700.000 volúmenes y destruida en un siglo remoto donde la memoria no alcanza

Pues bien: Borges es el autor del cuento La biblioteca de Babel, una exaltación de ese espacio que, entendido como una bella metáfora, es el universo mismo poblado de libros inimaginables distribuidos en hexágonos transversales, anaqueles, zaguanes y espejos, con forma de esfera “cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”.

El cuento de Borges fue publicado en 1941 y desde entonces ha sido calificado como una ficción absoluta en la que se glorifica el valor infinitesimal de la biblioteca. Podría decirse ahora que Borges se anticipó a su tiempo en varios aspectos, entre ellos, imaginar la gran biblioteca digital a la que, desde hace varios años tenemos acceso gratuito.

En efecto, en París, la Unesco presentó al mundo la Biblioteca Digital Mundial (BDM), una página virtual que, al desplegarla, muestra la punta del iceberg del universo borgiano al que s

e puede ingresar luego, y recorrerlo –de manera hexagonal, si se quiere- desde América del Norte hasta Asia oriental, donde aparece la historia del guerrero Asahina Kobayashi y los Romances y ceremonias relativas al amor, en lengua naxi.

La biblioteca, pues, asume una nueva forma que, con el transcurrir de los años, terminará imponiéndose. Será, entonces, como la música de acetato, una añoranza de patios antiguos o un ramalazo de nostalgia directo al corazón de quienes todavía acariciamos los libros de papel pensando aún que están integrados a nuestras vísceras. Si no me cree, lo invito a que ingrese a www.wdl.org. Buen viaje.


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